
El artículo que os ofrecemos hoy pone el foco en la ciudad de Isfahán, sin duda el hito en cualquier viaje a la República Islámica de Irán.
La propaganda turística reza: Isfahán nesf-e Jahan, que traducido del farsi (la lengua persa) significa Isfahán la Mitad del Mundo. Es evidente que geográficamente la ciudad iraní no se encuentra en medio de nuestro planeta, pero el eslogan lo vale por la cantidad y calidad de los monumentos que ofrece, además de otros atractivos que ahora os iremos contando.
La ciudad se encuentra unos 400 kilómetros al sur de Teherán, la capital iraní. Por su ubicación, a 1.570 metros de altura y rodeada de montañas, disfruta de un clima benigno, lejos de los calores veraniegos que encontramos en buena parte de Irán y del frío extremo de los inviernos en las zonas de montaña y en las regiones situadas al norte del país. Las precipitaciones, sobre todo invernales, apenas llegan a los 120 mm. El río Zayandeh atraviesa la ciudad y constituye un elemento más del atractivo paisajístico urbano.
La población del núcleo urbano es de un millón y medio de habitantes. Los accesos son fáciles gracias a un aeropuerto y la autopista que enlaza con Teherán al norte y Shiraz al sur.
La historia de Isfahán se encuentra estrechamente ligada a la figura del Sha Abbas I (1587-1629). El monarca de la dinastía Safávida impulsó la construcción de la mayoría de los palacios, puentes, mezquitas, bazares y jardines que podemos admirar. La arquitectura de la que fue capital safávida es de un valor artístico incomparable. Según las crónicas dejadas por los viajeros de la época era la ciudad más moderna y próspera del mundo, con una población cercana al millón de habitantes.
Antes del ascenso de la dinastía Safávida, Isfahán ya había gozado de momentos de gran pujanza y de otras épocas donde las condiciones debidas a las guerras fueron duras de superar. A lo largo de más de 400 años la región de Isfahán fue una satrapía sasánida (224-640) y mantuvo el control comercial de la meseta central persa. Con la conquista árabe inició un periodo de tres centurias en los que la ciudad se transformó de manera notable. Importantes pensadores, arquitectos y artistas dejaron su huella como: el filósofo y médico Ibn Sina, conocido en Occidente como Avicena (Bujará-actual Uzbekistán 980 – Hamedan, Persia, 1037); Omar Khayyam (Neisabur 1048 – 1131), astrónomo, filósofo, gran matemático y sobre todo poeta, conocido por sus Cuartetas “Rubayyat”.
Los samánidas conquistaron la región en 913, y a principios del siglo XI pequeñas dinastías locales convirtieron Isfahán en su capital. El año 1053 son los selyúcidas quienes ocupan la ciudad, bajo su dominio consigue un importante desarrollo, de este tiempo data la construcción de la mezquita del Viernes. En el siglo XII la ciudad sufre el ataque de los ismailitas, pese a las grandes destrozos, se recupera bastante rápido. Más grave fue el asedio a la que fue sometida por parte del ejército mongol en la primera mitad del siglo XIII. Una vez ocupada la ciudad la población fue masacrada, en cambio, gracias a la intercesión del sultán Jalal od-Din, los edificios y monumentos no fueron destruidos. La peor de las masacres se produjo cuando Tamerlán invadió Isfahán el año 1388. Dicen que hizo asesinar a 70.000 habitantes y según la tradición, se levantó una colina con los esqueletos amontonados.
A partir del siglo XVIII se inicia un lento declive, acentuado cuando la dinastía Qajar trasladó la capital persa a Teherán. Ya en el siglo XX, el resurgir de Isfahán se hizo patente, poco a poco se ha convertido en una competidora de Teherán, en comercio, industria, como centro cultural y en especial turístico. Una nota trágica se produjo durante la guerra Irán-Irak (1980-1988), cuando la caída de un misil en el bazar provocó la muerte de mucha gente y a punto estuvo de destruir una de las joyas del arte universal.
Los turistas, en cuanto pisan la plaza del Imam Jomeini quedan maravillados. También conocida como plaza Naghsh-e Jahan, se encuentra en el centro de Isfahán y es una de las visitas imprescindibles en cualquier viaje a Irán. En 1979, la plaza y los monumentos circundantes quedaron inscritos en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco. La plaza, de forma rectangular, es una de las más grandes del mundo; mide 510 metros de largo por 165 de ancho y en un principio servía de campo de polo, de hecho aún son visibles las columnas de mármol que hacían de portería.
La construcción de la plaza del Imam data del 1612, cuando el Sha Abbas I hizo levantarla siguiendo un perfecto orden, rodeándola de edificios idénticos de dos plantas, con puertas y bacones formando el arco persa tradicional. Esta perfección estética se ve interrumpida en cuatro puntos, y cada una de estas “imperfecciones” es un maravilloso contrapunto, cada uno con su propia personalidad.
En el lado norte de la plaza destaca el portal Qaisarieh, el cual da acceso a uno de los más bellos bazares de la tierra. El lado sur se encuentra ocupado por la mezquita del Imam, una obra excepcional en la historia de la arquitectura. Al oeste, se alza majestuoso el palacio Ali Qapu y justo en la parte opuesta de la plaza, casi queriendo pasar desapercibida, está la puerta de la mezquita Lotfollah, y sobresaliendo por encima su espléndida cúpula. En los bajos de los edificios que rodean la plaza y en los callejones de alrededor se encuentra la mayor concentración de tiendas de artesanía de la ciudad: anticuarios, establecimientos donde se ofrecen alfombras de altísima calidad, ceramistas, miniaturistas que dibujan pintan auténticas joyas, y como no podían faltar, también las tradicionales tiendas de “souvenirs”.
En el Gran Bazar es donde late la vida de la ciudad. Casi obligado es perderse, sí, literalmente perderse por el laberinto de callejuelas, patios, galerías, caravasares, pequeñas mezquitas, baños, casas de té y otros edificios escondidos que conforman el fabuloso conjunto. Es un viaje en el tiempo donde los olores y los colores llenan un escenario espléndido, donde la vitalidad del comercio, agrupado por gremios, ofrece las más variadas mercancías. No hace falta recorrer los más de cinco kilómetros del bazar, seguro que en un momento u otro os saldréis y iréis a parar frente a alguna edificación singular o de una mezquita de las muchas que hay en el entorno del paradigma de los “centros comerciales”.
El palacio Ali Qapu muestra su inconfundible silueta, sobresaliendo en altura y dominando la plaza del Imam. Fue construido en tiempos del Sha Abbas I como alojamiento de embajadores y lugar donde poder recibir a altos dignatarios extranjeros. Tiene seis pisos de altura y cada planta está decorada de manera diferente, destacando los trabajos de filigrana en estuco de yeso, los mosaicos, la madera y los frescos. Es en el sexto piso donde podemos captar la maravilla de la concepción espacial persa. Este piso era donde se hacían las recepciones oficiales y también servía de sala de conciertos.
Una habitación, llamada de la música, muestra unos trabajos en escayola representando jarrones e instrumentos musicales, formando una doble cámara que permite una especial sonoridad, dando un efecto de reverberación misteriosa.
La mezquita Sheikh Lotfollah fue construida en el año 1602 y es un edificio que se aparta de la grandiosidad de otras realizaciones de la época. De proporciones modestas, casi mínimas si se la compara con la vecina mezquita del Imam y alejada también del concepto de la mezquita persa clásica. No hay patios ni grandes arcadas (iwan) y tampoco minaretes. Por fuera llama la atención ver la cúpula descentrada con respecto a la portada, y es una vez dentro donde se ve la originalidad del conjunto. Un pasillo conduce hacia la única sala de oración, de planta
cuadrada y formando un ángulo de 45 grados respecto a la plaza, para poder observar la orientación del mihrab hacia La Meca. Paredes de 1,70 m de espesor sustentan la cúpula, mediante un sorprendente sistema basado en cuatro trompas que terminan constituyendo primero un octógono y luego un polígono de dieciséis caras, este polígono es el que aguanta directamente el tambor circular, con dieciséis ventanas y encima la magnífica cúpula. Este conjunto emana una belleza serena y equilibrada, resaltada por la decoración de ladrillo azul, turquesa y dorada, formado dibujos geométricos y motivos florales. La peculiar disposición de las ventanas del tambor, junto con la curvatura inferior de la cúpula crean un extraño efecto que los guías llaman “la cola del pavo real”.
En el extremo sur de la plaza sobresale la mezquita del Imam, llamada antes de la Revolución mezquita Real. Es una de las obras maestras de toda la arquitectura mundial, sólo comparable con edificios singulares de la categoría de San Pedro del Vaticano o el Taj Mahal. En algunos aspectos, como en la decoración cerámica, se puede considerar la mejor obra artística de este tipo que el hombre ha producido.
La construcción, impulsada también por el Sha Abbas I, se inició en 1612 y finalizó en 1638, cuando el monarca ya había muerto. El edificio mantiene la tradición persa de la mezquita, con un patio central, rodeado de cuatro portadas (iwanes). Si el diseño de la planta, a pesar de su perfección, no representa una innovación en el arte persa, los detalles arquitectónicos y decorativos, consiguen la cota más alta del período safávida, configurando el más imponente y armonioso conjunto de la arquitectura que encontramos en Irán. La cúpula alcanza los 54 metros de altura y es esbelta a más no poder, debido a la solución de la “doble cúpula”, uno de los inventos de los arquitectos safávidas, luego copiada en cientos de cúpulas por todo el mundo islámico. El portal de la fachada principal es también imponente, de treinta metros de altura y está flanqueada por dos minaretes de 42 m. El virtuosismo de los artistas safávidas alcanzó su máxima expresión en las decoraciones. La cerámica esmaltada cubre todos los rincones, formando dibujos geométricos, florales, escrituras e incluso versos. Uno de los logros estéticos más importantes se da en la parte inferior de los iwanes, con cientos de alvéolos formado triángulos esféricos y estalactitas, todo ello recubierto por la más inimaginable selección de cerámicas. En la portada principal hay detalles cerámicos esmaltados en oro y plata formando poemas. La policromía da vida a cualquier rincón del monumento, los colores ayudan a dar el ritmo necesario a las fachadas, los minaretes, las cúpulas, el interior de los iwanes, las columnas y así hasta la más pequeña de las decoraciones. El refinamiento del arte decorativo y la policromía safávida llegan a esta edificación unas cotas no superadas en ninguna otra construcción del mundo.
Estos cuatro son en esencia los monumentos más significativos, los que ocupan el corazón de la ciudad, pero dispersos por la ciudad podemos disfrutar de otras extraordinarias obras de arte. Entre las mezquitas cabe destacar la de Alí, obra del siglo XII, la de Hakim, del siglo XVIII y la más importante de todas en el aspecto religioso, la del Viernes “Masjed-e Jame”. Esta mezquita tiene el patio interior más grande que podemos encontrar en Irán. La construcción del edificio comenzó en el año 1073 ya lo largo de los siglos se ha ido completando con diferentes salas hasta que las últimas obras datan de principios del siglo XIX.
Dignos de visitar son los mausoleos, tumbas de místicos e Imamzadehs (sepulturas de parientes próximos de algún imán). De estos edificios encontramos unos cuantos repartidos por la parte vieja de la ciudad, los mejores en cuanto a decoración y arquitectura son los mausoleos de Baba Qasem, obra del 1340, la tumba de Shashahan, del siglo XV y la tumba de Harun Velayat, un hiper-decorado mausoleo del siglo XVI. Importante en el aspecto religioso es el Imamzadeh Darb-e Imam, obra del año 1453.
En el apartado de los edificios religiosos conviene destacar la madraza Chahar Bagh, de la que sólo nos está permitido observar su soberbia cúpula, obra de principios del siglo XVIII. Y aunque nos parezca extraño, en Isfahán hay, además de varias iglesias armenias, una catedral cristiana, es la catedral Vank, obra del 1655, referencia para todos los armenios que viven en Irán. Resulta curioso descubrir que la iglesia es un compendio arquitectónico entre la mezquita safávida y la tradicional construcción religiosa armenia. El altar de la catedral se guardan las reliquias de san José de Arimatea.
De la obra civil hay que destacar algunos palacios, otro bazar y los puentes sobre el río Zayandeh. El palacio Hasht Behesht, cuyo nombre significa los “ocho paraísos” es un edificio de planta octogonal con dos pisos. Fue construido en 1669, en tiempos de Suleimán. Según los historiadores, Hasht Behesht y otras residencias palaciegas se encontraban rodeadas por un gran jardín llamado Bagh-e Bolbol (“jardín del ruiseñor”). La estructura arquitectónica está muy bien conservada y el interior de los dos pisos está completamente decorado con pinturas y mosaicos. La galería que da acceso al interior es una de las zonas más bellamente adornada con espejos, estalactitas y cerámica esmaltada. Los frescos de las paredes representan escenas con pájaros y otros animales. Hasht-Behesht recuerda lo que debían haber sido los palacios relatados en los cuentos de Las mil y una noches. El jardín que actualmente rodea el edificio es uno de los lugares preferidos para el recreo de los ciudadanos de Isfahán.
Si contemplando el palacio Hasht Behesht nos podíamos imaginar que estábamos en cuento de Las mil y una noches, entrar en el palacio Chehel Sotun nos puede parecer que el sueño se ha convertido en realidad. Este edificio, construido por el monarca Abbas II, en el año 1647, es uno de los mejores exponentes de la arquitectura real persa. El edificio se encuentra en un jardín que cubre 67.000 m2. Ante el pórtico principal se extiende un gran estanque. Es precisamente este estanque lo que da sentido al nombre del palacio: “Palacio de las 40 columnas”. En realidad actualmente sólo existen 18, pero antes eran 24. Las veinte columnas frontales se reflejaban el agua lo que producía un efecto multiplicador. Si el exterior es impresionante, en el interior nos esperan aún más gratas sorpresas. El salón decorado con espejos está considerado como uno de los mejores trabajos de este tipo del mundo. Las paredes del vestíbulo principal están cubiertas por pinturas al fresco de extraordinario valor, se ven escenas de la corte del sha y momentos de la guerra contra los uzbecos. Los temas de estas pinturas son usados a menudo como motivo por los artesanos pintores de miniaturas. En un salón situado al sur de la sala de los espejos, la decoración combina las pinturas con ventanas formadas por estucos y vidrios de colores.
El bazar Honar forma parte de un gran complejo construido entre 1694 y 1722, la última construcción importante de los safávidas en Isfahán. Comparte el espacio con un caravasar, hoy transformado en hotel de cinco estrellas y la madraza Chahar Bagh.
El bazar es rectilíneo y ordenado. Si nos situamos en la entrada y echamos un vistazo a los techos veremos una sucesión de cúpulas que cubren los 220 metros de longitud del pasillo. Actualmente se caracteriza por estar dedicado sólo a la orfebrería.
El río Zayandeh cruza la ciudad desde el oeste hacia el este. A lo largo de su curso hay más de diez puentes, muchos de ellos son modernos y sirven para comunicar la zona norte de Isfahán con los barrios del sur. Los antiguos son auténticas obras de arte y lugar preferido para el recreo de la juventud actual. El puente Sio Seh Pol o “el puente de los treinta y tres arcos”, fue construido en 1602 por orden del monarca safávida Abbas I. Los 33 arcos superan el río en una zona que tiene una anchura de 300 metros. Como tantos otros puentes safávidas, tenía dos funciones, permitir el paso de una orilla a la otra, y servir de presa para regular el caudal del río y desviar las aguas sobrantes hacia canales laterales que servían para el regadío. En el piso inferior, y casi a tocar el agua hay una acogedora casa de té.
El puente Khaju es uno de los más bellos puentes del mundo. Fue construido en 1650. Mide 132 metros de longitud y tiene una anchura de 12 metros. Puede ser cruzado en dos niveles de terrazas. El piso superior tiene en el centro unos pabellones finamente decorados con revestimiento cerámico en la parte del arco y frescos en las paredes. El puente también actuaba como regulador del nivel de las aguas.
Y no acabaríamos de citar lugares para recorrer en esta ciudad tan especial. Es por ello que muchos turistas les parece corta la visita, pues falta tiempo para verlo todo. Isfahán merece mucha dedicación para captar en su integridad. En los viajes que preparamos en Muztag, siempre está presente una visita a los lugares más emblemáticos de la ciudad, pero si algunos viajeros quieren sumergirse más en la vida de Isfahán, siempre se les puede preparar un viaje a medida.
Este escrito está en buena parte extraído de la guía Rumbo a Irán, de la editorial Laertes, obra de Toni Vives, persona muy vinculada a Muztag Viajes.