
EL TREN CREMALLERA DE LAS MONTAÑAS NILGIRI
Tercer y último post dedicado a los viejos trenes de construcción británica, que todavía recorren trazados de montaña en la India. Os describimos la línea de cremallera que circula por las montañas Nilgiri, en el Estado de Tamil Nadú. Con los otros dos trenes que ya presentamos en el blog, tiene en común el hecho de estar inscrito en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco, este desde el año 2005.
En el sur de la India hay un reducido núcleo de montañas (130 km de este a oeste, por 185 km de norte a sur), llamadas montañas Nilgiri, que traducido del sánscrito significa montañas Azules. Hay 24 cumbres que superan los dos mil metros, y el pico más alto es el Doddabetta, de 2.637 metros. Es en este escenario de las montañas Azules por donde discurre el Nilgiri Mountain Railway, también conocido como el RMN.
Las particularidades de este tren lo hacen muy especial. Se trata de un medio de transporte que transita gracias al sistema de cremallera. La vía única tiene un metro de ancho y salva un desnivel de 1.877 metros, desde la estación de Mettupalayam, que se encuentra a 326 m sobre el nivel del mar, hasta la estación terminal de Udhagamandalam, a 2.203 metros, después de recorrer 46 Km. Otro detalle a tener en consideración de su excepcionalidad es la fecha del proyecto, porque hay que remontarnos al año 1854. Los estudios topográficos y de ingeniería se alargaron. La construcción comenzó en 1891 y las difíciles obras acabaron en 1908, cuando quedó inaugurada la línea.
Por lo visto, los británicos necesitaban un medio de transporte “rápido” y fiable para llegar a los altiplanos de las montañas Nilgiri, de ahí que se atrevieran a construir una línea férrea tanto compleja. Aquí se sigue plantando un excelente té, al igual que hace un siglo y medio, cuando la única manera de transportar las mercancías era con carros tirados por bueyes o a caballo de ponis.
El primer tramo, de unos siete kilómetros, hasta la estación de Kallar (405 msnm), es bastante llano, y aunque no es necesario utilizar la cremallera, pero aun así la velocidad no pasa de los 30 km / h. Vamos atravesando tramos de bosque y plantaciones de palmeras. Que un tren vaya tan despacio tiene sus ventajas. No hay problemas en poder sentarse en los estribos de los vagones, cosa que permite poder disfrutar y fotografiar el paisaje sin muchos estorbos. Como la locomotora, que por cierto, va situada detrás del convoy, permite evitar la humareda que sale de la chimenea de la máquina.
Es a partir del segundo tramo, cuando se aprecian de verdad las audaces soluciones que adoptaron los ingenieros de finales del siglo XIX. De Kallar a Coonor (1.712 msnm) hay sólo 19 km, la pendiente es fuerte y aquí la cremallera entra por fin en funcionamiento. Ahora el tren circula abriéndose paso por la jungla tropical de montaña, la vegetación es frondosa y al lado de la vía crece con profusión la flor de lantana, que da colorido a la ascensión. Cuando la vía topa con la roca, sólo túneles o atrevidos viaductos salvan los obstáculos. En esta parte, hay 208 curvas pronunciadas, 13 túneles y 27 viaductos. Y si hasta ahora la velocidad era tirando a lenta, ahora todavía se va más despacio, haciéndose los últimos cinco kilómetros hasta la población de Coonor a un ritmo máximo de 13 km / h.
Desde el vagón, la pequeña ciudad de Coonor, se aprecia bulliciosa, con gente por todas partes y muchos vehículos, en especial los taxis “rickshaw”. Sobresaliendo por encima de los tejados destacan los campanarios de algunas iglesias, hay que recordar que esta parte del sur de la India hay un porcentaje muy elevado de católicos.
La última parte del recorrido se hace por un terreno más abierto, dominado por bosques de acacias, eucaliptos y muchas plantaciones de té. Ahora la velocidad, excepto en alguna subida demasiado fuerte, llega de nuevo a los 30 km / h y ya no se utiliza la cremallera. Parece mentira que un artefacto tan viejo y grande, me refiero a la locomotora, pueda seguir, después de tantos años, cumpliendo su función como el primer día. Si la vía la construyeron los ingenieros británicos, las locomotoras de vapor son de fabricación suiza, en concreto de la clase X de Machine Works Winterthur. Las ocho máquinas que aún funcionan conforman la flota más grande del mundo de locomotoras a vapor de cremallera. Y un detalle más, sólo para los amantes de los ferrocarriles: el sistema de piñón y cremallera es el Abt, un invento también suizo.
La estación final es la de Udhagamandalam. Dado que el nombre oficial de la ciudad es largo y complicado, la gente le llama también Udhagai, pero de la manera que la conoce todo el mundo es Ooty, más fácil de recordar y que lo vemos escrito en muchos lugares, incluso en los rótulos de la estación.
Sólo poner pie en el andén, el viajero tiene la sensación de haber llegado a un lugar paradisíaco, sin perder el especial encanto que conlleva el bullicio que siempre hay en una estación ferroviaria de la India: porteadores solicitando a gritos cargar tu equipaje, pobres pidiendo limosna, carreras para coger el autobús o los “rickshaws”, y tantas imágenes de trasiego y desmadre que sorprenden a los occidentales. Y como estamos donde estamos, lo mejor sería decir que parece que hemos hecho lugar a una especie de nirvana terrenal. La ubicación de Ooty es extraordinaria, una meseta de vegetación lujuriosa, rodeada de hermosas montañas y colinas. Uno de los primeros británicos en poner los pies allí, en 1816, escribió a un amigo inglés su sensación al llegar arriba los Nilgiri “… se parece a Suiza, más que en cualquier lugar de Europa, con fuentes y arroyos que corren los boscosos valles … “.
Los elogios del sitio eran más que merecidos. El clima es subtropical de montaña, y para nosotros resulta como una primavera suave, con noches frías en los meses de noviembre, diciembre, enero y febrero, cuando llega a helar por las noches. El resto del año las temperaturas son templadas, sin llegar nunca a superar una media de las máximas por encima los 23 grados.
Al recorrer las calles, uno se da cuenta enseguida de que como en otras ocasiones, los colonizadores británicos acertaron de lleno en elegir los lugares de recreo. La familia del gobernador de Madrás eligió Ooty para pasar los veranos. Le gustó tanto estar en este ambiente primaveral que incluso trasladó la capitalidad del estado de Madrás para evitar los insoportables veranos que había que soportar junto al Índico. Con el paso de los años más familias acomodadas se trasladaron aquí, tanto británicos como ricos maharajás, donde podían practicar su deporte favorito, la caza del tigre.
Ooty se puso de moda entre la “jet society” india de finales del siglo XIX. Funcionarios de rango, industriales, militares de alta graduación, todos querían tener su “bungalow” en las alturas de los Nigliris. Se hicieron famosos los concursos de cricket y las carreras de caballos, y al mismo tiempo toda esta actividad servía para planear negocios prometedores; más o menos como ocurre ahora en los lugares de veraneo de la élite mundial. Con todo esto, más la necesidad de transporte de la hoja de té, se hace evidente que las autoridades del momento espabilasen en buscar dinero para financiar la llegada del tren hasta lo alto de las montañas.
Antes de la llegada de los colonizadores, los Nilgiri eran una zona remota, con muy poca población. Los Tota era la tribu que vivía en la meseta y sus habitantes apenas tenían contacto con la gente de la llanura. Fue con la llegada del tren que la cosa cambió radicalmente. Las necesidades de mano de obra para la construcción y sobre todo para las plantaciones de té, provocaron una avalancha de trabajadores de etnias Tamil, Keralanos y Kanndiguas, que acabó arrinconando a los nativos. La religión dominante en la zona pasó a ser la cristiana, en detrimento de la hinduista. Pocas veces en la historia un medio de transporte ha provocado tantos cambios culturales, de desplazamiento de población y de desarrollo socioeconómico tanto rápidos y radicales como en la meseta de los Nilgiri.
Ahora Ooty es un centro turístico de montaña de primer nivel. La mayoría del turismo es indio, pero empieza a ser visitado también por occidentales y muchos chinos, malayos y japoneses. Para nosotros, los turistas, si no paramos a reflexionar en cómo evolucionó la vida a partir de la llegada del colonialismo y del tren de cremallera, todo nos parecerá maravilloso en Ooty y sus alrededores. Veremos bonitas panorámicas, enmarcadas en un paisaje de fondo ilimitado. Disfrutaremos de edificios del tiempo de la colonia, como palacios e iglesias. También podemos visitar alguno de los hiperdecorados templos hinduistas. Obligada la visita al jardín botánico, una joya de principios del siglo XX, muy bien cuidada, y donde saborearemos el placer de observar plantas y flores extrañas a nuestros ojos. Otro lugar que no debemos perdernos es recorrer el mercado, para ello tenemos que ir dispuestos a disfrutar tanto del sentido de la vista como del olfato. La paleta de colores que nos ofrecen las diferentes tiendas de fruta, flores o especias es espectacular; si a esto añadimos los olores o los tonos pastel de los saris que visten las mujeres, tendremos un cuadro perfecto de lo que por un forastero es el exotismo. En definitiva, vale la pena aprovechar una estancia en el sur de la India y subir en el viejo tren de cremallera hasta Ooty.